- Pagina de Inicio
- 2022
- Enero 2022
- Caoba bruñida entre dos espejos
Introducción de Caoba Bruñida Entre Dos Espejos: América Latina y Escandinavia
El profesor asistente de español de la Cuenca Pérmica de la UT, Antonio Moreno, publicó recientemente un libro que muestra geografías atractivas de América Latina y Escandinavia, así como la vitalidad y diversidad de sus culturas. A continuación se muestra la introducción a "Bruñido Caoba Entre dos espejos: América Latina y Escandinavia". Estará disponible en las librerías en marzo de 2022.
Este libro que ahora tiene el lector en sus manos es el resultado de una pregunta retórica provocada por las copiosas cantidades de nieve acumuladas durante cinco días de continuas ráfagas de hielo. Lo planteé, hace casi dos décadas, cuando mi amigo Hernán García y yo íbamos camino a casa, atrapados en la tormenta de invierno. En ese momento, estábamos realizando nuestros estudios de doctorado en la Universidad de Kansas en Lawrence. Antes de salir a la carretera, mientras esperábamos que amainara la ventisca, miramos desde la ventana de la oficina cómo los montones de nieve se expandían progresivamente. La acumulación nos llevó a un estado de observación más detallada, muy parecido a ver cómo se desarrolla un drama en el escenario de un teatro. Previo a la pregunta, comenté que para los que nacimos en el trópico -o, para ser más precisos, en América Latina (para usar la etiqueta inventada por los franceses en el siglo XIX para dividir el continente en un mundo anglosajón y otro latino)—la nieve era una excentricidad, un artefacto de museo, una extravagancia que tenía poca función más que adornar los picos de las montañas que alcanzan el cielo.
La pregunta que le hice a Hernán fue: “¿Qué es lo que realmente piensan los escandinavos de nosotros?”.
Los escandinavos: gente que lo tiene todo resuelto por el estado de bienestar en el que vive. Nosotros: en virtud de los choques telúricos provocados por las recurrentes crisis económicas, personas que han aprendido a descreer, con despiadada minuciosidad, todos los mitos que rodean las utopías sociales y la ansiada modernidad. También nosotros: personas a las que se les paga salarios tan bajos que con frecuencia nos apresuramos a fin de mes, sin llegar a fin de mes. En otro punto de comparación imposible, los escandinavos conviven con la nieve a su manera especial mientras que nosotros hemos aprendido a convivir con un ecosistema exuberante y amenazador que ahora se ve amenazado por los efectos del cambio climático. En otras palabras, la mía era una pregunta que no buscaba respuestas. Surgió como una reacción: una asociación entre la nieve, que estaba otorgando una belleza excepcional a nuestro entorno inmediato, y una región muy específica del planeta que en ese momento no me era familiar.
En la literatura latinoamericana escasean las referencias a la nieve: aparecen las cumbres cubiertas de blanco de las altas montañas de México, el permafrost de las crestas heladas de los Andes, así como los glaciares que se encuentran en el extremo sur de la continente. Todos son decorativos; una parte del mundo donde nunca ocurre nada importante que se mueva a lo largo de la trama de las historias ficticias. Una excepción es Cien años de soledad (1967), donde la tenacidad de la memoria del hielo del coronel Aureliano Buendía se manifiesta en los momentos finales de su vida, y así no solo exhibe sino que subraya el valor accesorio de la nieve.
Las características geográficas y climáticas revelan mucho, ayudándonos a comprender en qué nos diferenciamos nosotros y los escandinavos cuando se trata de una cultura colectiva y el sentimiento de pertenencia.
Este libro es una exploración de la epifanía del viaje.
Las narraciones de viajes no son una empresa menor ni una tarea fácil. Nos obligan a implementar una serie de técnicas y una variedad de dispositivos para describir el paisaje y hacer inmediato y trascendente ese momento específico en el que el viajero conecta profundamente con el lugar y la gente. Entre las numerosas nociones de viaje que nos han legado los grandes viajeros del siglo XX, la que más me atrae es la planteada por Paul Bowles, nómada incansable entre culturas y lenguas, que subraya precisamente ese vínculo con el lugar y la gente. que puede afectar a cualquier vagabundo. Para trascender dicho vínculo hay que practicar la búsqueda, la negociación, la interacción, el cruce… y hay que estar abierto al trueque. Un texto que narra un viaje es completamente cuestionable si está arraigado en estereotipos, prejuicios y una subestimación de la cultura visitada.
Hay muchos ejemplos, de ambos lados del espectro.
Tomemos, por ejemplo, Mexico: An Object Lesson (1939), de la escritora británica Evelyn Waugh. Sus páginas revelan que los motivos del viaje de 1938 descritos por Waugh no tenían nada que ver con el placer, la estética o la gastronomía; eran políticos. La traducción del título al español dice mucho: México: robo al amparo de la ley (2009) / Mexico: Theft Sanctioned by Law. La interpretación del título por parte del traductor confirma que Waugh viajaba como corresponsal tanto para la Corona británica como para las compañías petroleras británicas, de manera muy similar a como lo hacían los empleados de la famosa Compañía de las Indias Orientales un siglo antes. El autor británico no era un viajero con ganas de aprender lecciones de un vasto país del que no sabía nada. Sus puntos de vista sobre México provocan indignación. Sostiene que es un país en ruinas, sumido en el caos, dependiente de las naciones ricas y, por si fuera poco, un país carente de ideas alimentadas por la Ilustración. Waugh pretende imponer su punto de vista ideológico, el de un inglés conservador y colonialista (aunque, al menos, que escribe endiabladamente bien) al evaluar los efectos de la apropiación petrolera que había puesto en marcha el presidente Lázaro Cárdenas, impactando así a Gran Inversiones e intereses británicos en suelo mexicano.
Como contrapunto cabe destacar Comiendo en Hungría (Comiendo en Hungría, 1969), un libro sorprendentemente original coescrito por Pablo Neruda y Miguel Ángel Asturias. Los autores son los opuestos ideológicos de Waugh. Además, disfrutan como auténticos epicúreos de un país que les pone la mesa con sus mejores platos y, lo más importante, con mucho vino. Esos dos señores sesentones, corpulentos y de doble papada (apodados cariñosamente “Los Pavos”) son unos engullidores impenitentes, de paso por un país devastado territorialmente tras la Segunda Guerra Mundial, pero que posee como patrimonio nacional algunos de los alimentos más sorprendentes de Europa. Los brebajes y combinaciones inusuales en la cocina tradicional de Hungría no son una barrera para estos dos para quienes nada es extraño entre lo que viaja del plato a la boca. Los hechos descritos tienen lugar en 1965: Neruda se dirige a Yugoslavia para ser elegido presidente de PEN Internacional; Asturias, por su parte, se dirige a Moscú. Aunque ambos están en tránsito, son declarados invitados de honor por el gobierno asentado en Budapest (los que nunca han visitado esa ciudad deben saber que inspira el deseo de no irse nunca).
Volviendo a las ideas de Bowles, señala que un libro de viajes no es más que “la historia de lo que le sucedió a una persona en un lugar determinado” (Days and Travels, 1993). Por lo tanto, el tema principal de los mejores libros de viajes es el conflicto entre el escritor y el lugar.
Por mucho que quiera agarrar por los cuernos la idea de Bowles, me invade una sensación de fragilidad vertiginosa, ante lo que él pone en evidencia cuando se trata de conflicto: no es sólo lo que nos impacta y abruma; es, por extensión, lo que nos molesta e incluso nos irrita una vez que establecemos contacto con un lugar y su cultura viva. bolos
él mismo es un ejemplo de adaptación e inmersión total en una lengua y una cultura diferente a la suya: en otras palabras, un ejemplo de cómo, con el paso del tiempo, un estadounidense de clase media-alta podría llegar a aculturarse. Marruecos en general y la ciudad de Tánger no eran paisajes culturales que le fueran del todo ajenos, dado el esplendor lingüístico que empleaba día a día en sus interacciones. Supo interpretar sus múltiples realidades en virtud de un contacto implacable y constante a lo largo de 52 años.
Parecería, entonces, que viajar es más complejo de lo que parece. Si bien los viajeros tienen propósitos específicos, diferentes entre sí, todos comparten la experiencia de un proceso enmarcado por un principio y un fin, alimentado así por dos impulsos determinantes a los que no se puede sustraer ni sustraer: la voluntad humana y la reflexión filosófica. Aparentemente, viajar es una de las mayores pasiones de la humanidad, arraigada en una curiosidad que implica el deseo de visitar un determinado lugar, lo que a su vez es un elemento propicio para informar las interacciones preventivas, siempre que ocurran. Sin ellos, viajar pierde todo atractivo y sentido. Hay dos tipos de viajeros: uno que comienza a correr y otro que, como Paul Bowles, elige echar el ancla. Por diferentes que sean, ambos tipos requieren habilidades específicas (como la capacidad de usar la descripción, la mnemotécnica, la asociación y la imaginación, por nombrar algunas), entre las cuales la más destacada es el talento para presenciar un momento, para hacerlo eterno. y, lo más importante, sublimarlo. No importa cuán limitado sea el tiempo para mirar alrededor, los viajeros saben de antemano que su escritura puede revelar la perspectiva específica de una pequeña porción de un país, una ciudad o un pueblo.
No existe una poética establecida del viaje. Cada viajero lo propone, según su forma de contar aventuras y plasmar contemplaciones. Por Sofía Carrizo Rueda (Poética del relato de viajes / The Poetics of Travel Narrative, 1997) sabemos que el término Itinerarium no sólo está vinculado a los viajes, sino que posee significados siempre cambiantes. Por un lado, según la Encyclopaedia Britannica, el término denotaba una lista de aldeas, pueblos, ciudades y estaciones de correo del Imperio Romano, con las distancias entre ellos. Estas listas se elaboraron según los fundamentos y conocimientos adoptados de los cartógrafos griegos, para uso exclusivo de los viajeros privados y oficiales del imperio. Por otro lado, el término se refiere a un tal clérigo Juan (también conocido como Juan de Roma) y su visita a Roma en el siglo VI. Bien se le podría nombrar el padre del turismo religioso. Al servicio de la reina Teodolinda, el clérigo llenó varios frascos (ampollas) con aceite de las lámparas que ardían en las tumbas de santos y mártires. Cada matraz tenía una tira de papiro adherida a su cuello, que describía el origen de su contenido. Después de etiquetar las ampollas, John creó una lista de las iglesias y las respectivas tumbas de las que obtuvo las muestras de aceite. Todo esto junto, las etiquetas y el índice, el clérigo John lo denominó Itinerarium.
De los registros semánticos e históricos del término Itinerarium nos quedan las nociones de trayecto y tránsito, tan eminentemente presentes, que los lectores de hoy asumen invariablemente un pasaje de un lugar a otro. La prioridad de esta dinámica radica en el supuesto pacto entre autor y lector: el resultado de un itinerario no es producto de un viaje fantasioso de la imaginación, sino un camino recorrido. La disputa y los desencuentros en torno a lo que realmente distingue a un turista de un viajero —ya sea buscando un diagnóstico basado en la sintomatología de la práctica del turismo o tratando de validar el halo de quienes traspasan las fronteras geográficas con más audacia que otros— no es ni remotamente de interés para el alcance de este libro. Hoy en día los viajeros o turistas realizan viajes rodeados de comodidades principescas, y no sabemos si estas condiciones óptimas son en realidad lamentables y perjudiciales para la dinámica participativa que requiere todo viaje, incluso los realizados por puro placer, como argumenta uno de los grandes Viajera británica, Freya Stark, que recorrió con decenas de maletas las inhóspitas pero deslumbrantes tierras de Luristan en el noroeste de Irán. El punto principal que une ambas prácticas (viajar como turista o simplemente como viajero, con motivaciones opuestas si se quiere) es que legitiman y mantienen viva la naturaleza nómada del ser humano: ir de viaje, volver y contar un experiencia de forma oral o escrita. Porque viajar, como se ha reiterado, implica básicamente la existencia de una vida interior.
Por la forma en que se ponen por escrito las experiencias aquí recopiladas, cabe señalar que, para evitar confusiones, decidimos llamar a estas narraciones textos de viaje en lugar de crónicas de viaje. En todo caso, no es con la intención de negar el reconocimiento a ninguno de los géneros literarios: una obra de teatro, un poema o un proyecto de ensayo y evocar las mismas intensidades que una crónica de viaje. Todos los textos de viaje de este libro capturan momentos, examinan el conocimiento nativo o vernáculo de los habitantes del lugar visitado, expresan asombro ante la naturaleza, disciernen aromas, detallan aspectos de la vida cotidiana, utilizan como hechizos antiguos frases en un idioma que no entienden, describen el placeres de la comida y la bebida, exorcizar monstruos del espectro político y conjurar los fantasmas de los escritores. Pero, sobre todo, son textos que, al mostrar al Otro en un ecosistema particular, permiten a los autores desvelarse. De eso se trata.
El título de este libro (Caoba bruñida entre dos espejos: América Latina y Escandinavia) sugiere estos encuentros inevitables. Como la que popularizó Jorge Luis Borges en uno de sus escritos más célebres sobre el encuentro entre el profesor colombiano Javier Otálora y el enigmático escandinavo Ulrikke del cuento homónimo (El libro de arena, 1957). Los escritores latinoamericanos y escandinavos presentan textos de viajes con normas y agendas variadas; los compromisos políticos, las aspiraciones estéticas, los gustos personales y las habilidades literarias de cada uno se incluyen equitativamente y sin prejuicios. Es un encuentro como el que tuvieron los personajes de Borges en York, Inglaterra (ciudad fundada y fortificada por los romanos): así como Ulrikke muestra su orgullo de ser noruega, la profesora Otálora fortalece si no la identidad latinoamericana, al menos —metafísicamente— su confianza en sí mismo y el reconocimiento de sus orígenes.
Sin las anomalías que acarrean los nacionalismos de diversa índole, cuando Ulrikke pregunta qué significa ser colombiano, Otálora responde que es un acto de fe. “Al igual que ser noruego”, responde y reconoce con gracia. Desde una perspectiva poscolonial, el libro es también una alegoría política y cultural. Los textos de viaje no pretenden ocultar las paradojas y fallas que tanto daño generan cuando se cree; son narrativas que no presumen la hegemonía de un eurocentrismo trascendental con una trayectoria contraria a las expectativas latinoamericanas; son escritos que no asumen que Escandinavia está por encima de una región donde las vicisitudes y el caos ahogan las aspiraciones. Obviamente, las dos regiones son antípodas, y no se entiende en términos geográficos. En general, Escandinavia (Dinamarca, Suecia, Noruega e Islandia) ha logrado un progreso social significativo, no hay duda al respecto. Pero a pesar de ser una región que ocupa el primer lugar en el mundo en muchos marcadores, cuando se trata de la salud mental y la felicidad de sus habitantes, no se puede decir que es el paraíso terrenal. Porque, según el profesor Otálora, es una cuestión de fe. Por otro lado, América Latina debe fortalecer la confianza de sus habitantes en sus instituciones y debe implementar estrategias más efectivas para reducir la pobreza y, principalmente, para poder paliar la desigualdad económica.
Este libro propone un cambio en la forma en que nos vemos. Además de las diferencias significativas entre una región y otra, existen problemas de urgencia como el terrorismo, las pandemias, el recrudecimiento de las ideologías extremistas, los efectos del calentamiento global, que nos hacen enfrentar a todos los mismos dilemas.
Quisiera expresar mi agradecimiento a todos los colaboradores por participar en este esfuerzo y por su paciencia. Además, me gustaría agradecer a nuestro editor, Ramón Gerónimo Olvera de la Universidad Autónoma de Chihuahua, por confiar en este proyecto. Y finalmente, este libro está dedicado al escritor peruano Pedro Félix Novoa.
quien no podrá presenciar la materialización de este esfuerzo editorial colectivo en el que participó con entusiasmo. Lamento esta dolorosa pérdida, profundamente entristecido porque ya no está con las personas cercanas a él.